Las investigaciones indican que ciertas áreas del cerebro son menos activas en psicópatas y reincidentes. Pero ¿qué significa esto para la atribución de culpa?

Independientemente de la edad, el origen, la religión y la educación, los seres humanos sabemos fundamentalmente qué es bueno y qué es malo. Tenemos escrúpulos morales a la hora de matar, robar o mentir a otras personas.

Hay mucha evidencia de que la distinción entre el bien y el mal no es sólo una cuestión de creación. Es cierto que las normas morales se basan en la tradición, la cultura y la religión. Pero los fundamentos de la moralidad ya están en nuestros genes, determinando nuestras intuiciones y sentimientos más arcaicos.

En un nuevo estudio, un equipo dirigido por Frederic Hopp de la Universidad de California en Santa Bárbara, registró la actividad cerebral de 64 personas mientras se enfrentaban a 120 Para que las personas vivan juntas en armonía, las comunidades establecen reglas que todos deben seguir. Cualquiera que viole estas reglas va en contra de las normas morales del grupo y el comportamiento antisocial puede incluso conducir a la exclusión de la comunidad.

Mucho más allá de la creación

Varios biólogos evolucionistas creen que la moralidad surgió simultáneamente con la evolución, hace unos 400.000 años, cuando los humanos comenzaron a cazar y recolectar alimentos juntos. Se cree que a partir de entonces las primeras comunidades comenzaron a establecer normas morales para sí mismas.

«El ser humano siempre ha vivido en sociedad, y la vida social significa vivir según reglas», señala el biólogo evolutivo Jürgen Bereiter-Hahn, de la Universidad de Frankfurt. «Ahí es donde veo el origen de la moralidad, [ya que] inevitablemente crea una ventaja evolutiva». Después de todo, vivir en una comunidad hace que la supervivencia sea más fácil.

Mapeo científico de la moralidad.

La cuestión del origen de la moralidad también ha sido objeto de estudio de la neurociencia. En dicha investigación, los participantes se someten a un examen de resonancia magnética (MRI) durante el cual deben resolver varias cuestiones morales, mientras los neurocientíficos miden qué áreas del cerebro se activan en el proceso.

En un nuevo estudio, un equipo dirigido por Frederic Hopp de la Universidad de California en Santa Bárbara, registró la actividad cerebral de 64 personas mientras se enfrentaban a 120 situaciones diferentes de mala conducta moral o social. Por ejemplo, si hacer trampa en un examen es moralmente reprobable o trivial. O si es socialmente apropiado tomar café con cuchara.

El resultado fue claro: no existe un lugar central en el cerebro responsable de la moralidad. En cambio, se activa una amplia red cerebral en múltiples regiones del cerebro, lo que no es realmente sorprendente en vista de la complejidad de tales cuestiones.

¿Culpabilidad reducida?

Si los conceptos morales ya vienen con nuestros genes o dependen de nuestras actividades cerebrales, ¿qué significa esto en la práctica? Entonces, ¿cómo deberíamos juzgar a las personas que violan las normas morales de manera particularmente obvia y consciente?

Son cuestiones que también preocupan al poder judicial. Los reincidentes, especialmente los agresivos y psicópatas, a menudo muestran desviaciones notables, con ciertas áreas del cerebro visiblemente menos activas. Los psicópatas son «fríos», calculadores y no conocen el miedo ni la compasión.

Pero, ¿qué podrían significar los patrones desviados de actividad cerebral a la hora de atribuir la culpa? ¿Pueden los delincuentes alegar circunstancias atenuantes basadas en una actividad cerebral específica? Suena extraño, pero ya se han sentado algunos precedentes

En Italia, por ejemplo, a un asesino se le redujo la pena en un año en 2009, ya que el trastorno psiquiátrico que le diagnosticaron se consideró una circunstancia atenuante. Un análisis de su cerebro había demostrado que portaba un genotipo responsable de un efecto desfavorable en la fisiología de su cerebro, haciéndolo más propenso a comportamientos agresivos.

En 2011, también en Italia, un asesino confeso fue condenado a 20 años de prisión, y no a cadena perpetua, como es habitual en este tipo de delitos. La sentencia relativamente indulgente también se debió a un examen que encontró que el condenado tenía un volumen cerebral más pequeño. Además, el asesino tenía un gen de riesgo comúnmente asociado con una propensión al comportamiento agresivo.

En la mayoría de los países todavía no existe una base jurídica clara para este tipo de situaciones. En definitiva, cada caso es diferente. Después de todo, no existe un cerebro estándar para los delincuentes. El cerebro es algo muy individual y, por tanto, difícil de comparar.

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